Opinión Literaria

Opinión                                                                                                                                                          El mundo de las letras


En la literatura, como en la vida, nada es casualidad. Y es los libros muchas veces a lo largo de la historia de las letras han sido la mejor manera de quedar constancia de la historia de la humanidad, de la vida de tantos y tantos que han pasado por este mundo. Gracias a los jeroglíficos, pintadas en las paredes, tenemos constancia de la civilización egipcia. Gracias a los anales, de la cultura clásica, cuna de civilizaciones – valga la redundancia – que vendrían después. Gracias a aquellos impresionantes libros de caballerías que contaban historias como la del Rey Arturo, el Cid o el Quijote – unos personajes ficticios, otros reales – hemos podido llegar a géneros que nos han hecho ya no sólo transportarnos a una época pasada, sino a lugares que tal vez nunca habríamos soñado de no ser por que un día alguien tuvo la genial (o fatídica, quién sabe) idea de plasmarlo en un papel y hacer que fuese recordado por quienes tuviesen esos textos entre sus manos y gustasen de leerlos.
Pero no sólo la historia más lejana a nosotros nos ha llegado por los libros, testimonios escritos de generaciones. La historia más reciente nos es recordada también por ellos. Es el caso de escritores que han dejado constancia del por qué de nuestros hechos más recientes.
La crisis de finales del siglo XIX nos dejó una de las generaciones de escritores más prolíficos de la historia de España: Azorín, Clarín, Unamuno, Maetzu, Ganivet, los Machado, Juan Ramón Jímenez... Una lista más que contundente que continúa. Ellos dieron cuenta de la decadencia de una España que se asemeja a la de hoy. Fueron intelectuales que desde la política y las letras trataban de forjar una nueva realidad española asentada sobre la autenticidad y unos valores estéticos e ideológicos diferentes a los que consideraban ya caducos.
Escribieron en revistas como la Revista Contemporánea, La España Moderna, Madrid Cómico, El Imparcial, Germinal... Vieron la luz diarios ya perdidos, como El Progresos, y otros que aún perduran, como El País, destacado por haberse ocupado de la literatura hispanoamericana y haber acogido en su redacción a jóvenes escritores que despuntaban y que hoy se han convertido en clásicos de nuestra literatura.
Sin embargo, pocos de ellos pudieron imaginarse lo que vendría después: la Gran Guerra, la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial. Pero aunque ellos no fuesen conscientes, nos estaban dejando a las futuras generaciones: antecedentes, hechos que fueron la causa de conflictos y, aunque tal vez no fuesen las más acertadas, soluciones a los mismos.
Pero no se trata de leer a los que ya consideramos clásicos, sino de algo más. Se trata de LEER, con mayúsculas, de devorar y posteriormente digerir. No es leer por leer, no el arte por el arte, sino saber ver el trasfondo de las cosas y sacar provecho de ello. Se trata de saber ver, en definitiva, que en la literatura, como en la vida, nada es casualidad.  

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